“El amor es el reconocimiento de la unicidad en el mundo de la dualidad” Eckhart Tolle.
Por: Olivia García (Consultora del Centro Bach)
Los tiempos que se viven han polarizado aún más los puntos de vista de la humanidad y me han motivado a escribir sobre el remedio floral de Beech (Fagus Sylvatica), que entra en escena como una herramienta cuya virtud permite interrogarse acerca de actitudes, reacciones y comportamientos surgidos frente a un escenario saturado de información y múltiples interpretaciones.
A todos ha sucedido en más de una ocasión el creer que la propia opinión o de quienes concuerdan con ella son exclusivas, al grado de presentar molestia al estar frente a alguien que piensa distinto sobre un tema en particular y rechazarlo con total voluntad incluso siendo conocido, vecino, o familiar, por la idea que nos plantea.
Antes de abordar el remedio de Beech, me gustaría compartirles algunos datos relacionados a su condición biológica pues considero importante notar las semejanzas que existen entre sus cualidades que resultan asombrosamente muy humanos.
El árbol del Haya (Beech) es originario del sur de Inglaterra. Se erige sobre suelos drenados creando un ecosistema de bosque en el que solo existen árboles de su tipo, de la misma especie, altos, de corteza lisa, color verde pálido y una madera sin grumos, casi perfecta, con hojas verde limón, suaves y vellosas convirtiéndolo en un árbol distinguido.

Si alguna vez has tenido oportunidad de observar un bosque de Hayas, notarás que al cubrirlo el sol, sus ramas se bañan con el dorado de la luz adquiriendo un aire refinado, bello. Impide con su frondoso follaje que el calor llegue lo suficiente al suelo para permitir el nacimiento de otras especies. ¿Qué pasaría si dejara entrar en su círculo estrecho un atisbo de luz? ¿Cómo se podría enriquecer el exquisito entorno en el que crece Beech compartiendo su suelo con variedades distintas de árboles?

La forma en la que uno crece así como la educación recibida condicionan la manera de relacionarse con la diferencia. Se aplican juicios y opiniones con sus respectivas emociones manifestados en brotes de intolerancia pura, la imposibilidad de concebir una solución, una idea, o una mera apreciación sobre cualquier situación con otros ojos.
La sociedad enseña a percibir desde enfoques duales y competitivos basados en creencias que construyen “nuestras verdades” determinando la capacidad de considerar versiones distintas a las propias como erróneas o equivocadas. Observar las reacciones presentadas frente al otro como termómetro de tolerancia/intolerancia ayuda a identificar dichas verdades “absolutas”. ¿Cómo se actúa? ¿Qué se dice? ¿Se aleja, ignora, señala, o sólo se rechaza al otro? Aquí es cuando la esencia Beech entra en escena.
Los remedios florales se caracterizan por el hecho de resaltar las cualidades de nuestra personalidad por encima de sus desequilibrios. En este caso, Beech permite clarificar el momento en el que se es intransigente, juicioso o se desvaloriza al otro por sus acciones e ideas. También genera preguntas de reflexión que muestran en principio la creencia sobre la que se sostiene ese juicio y luego, la parte de mí oculta en el otro queriendo ser reconocida.

¿Por qué me resulta molesto o irritante la opinión distinta a la propia? ¿Qué me hace pensar que es la visión personal la correcta y la de otro, la errónea? ¿Me es posible considerar el punto de vista que el otro comparte? ¿Qué actitud muestro ante alguien que elije realizar una acción según sus propias creencias? ¿Cuáles son las bases de mis propias creencias? ¿Qué es lo que impide el abrirme a la diferencia?
Estas son solo algunas de las preguntas que podrían servir para identificar desde dónde se coloca uno cada vez que entra en contacto o se comunica con el otro, ¿Es desde el ego, desde un rol social?, también para evaluar el peso que le otorgamos a una idea por encima del ser humano que la nombra. Y por supuesto, reconocer aquellos juicios que aún se poseen, y otros valores no reconocidos todavía que el otro espejea.
Retomar las enseñanzas espirituales y profundas de Edward Bach es recordar que todo proviene de la misma fuente creadora, y que el juzgar, criticar o condenar a otro es lo mismo que hacerlo con uno. ¿Qué pasaría si en vez de dirigir la energía a lo que separa se encuentra un camino para conectar con él desde las almas, las esencias? ¿Si se activa el corazón como mecanismo de identidad hacia el otro? ¿Y si se intenta ver a través del lente ajeno la revelación del propio?
Creo que la unicidad es el camino, pues como dice Bert Hellinger, “permite vincularnos con los que son diferentes, aprender de ellos, darles algo…crear un vínculo humano en el que cada uno gana”. Así ya no más distancias, diferencias o distinciones, sólo formas diversas y válidas de interpretar la vida, horizontes que nos invitan a descubrir el crisol complejo del que estamos hechos. Al final del día abrirse al otro para recibirlo con todo lo que es darme el permiso de aceptar al mismo tiempo todo lo que soy.

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