Los seres vivos nos intercambiamos energía constantemente, las plantas absorben la energía del sol convirtiéndola en nutrientes, y luego ellas nos aportan a seres humanos y animales un sinfín de propiedades, generando intercambios energéticos permanentes. El ser humano consciente de estas relaciones ha encontrado a lo largo de la historia diversos métodos para obtener sustancias benéficas para la supervivencia y la salud. Hipócrates, considerado padre de la medicina, observó a la misma naturaleza como médico de las enfermedades puesto que estas son estados existenciales muy similares a la salud, y en ambos la naturaleza se muestra como un todo.
Dentro de algunas de sus propuestas se encontraba el uso de plantas medicinales combinadas con aire puro así como el ejercer una alimentación saludable para recuperar el equilibrio vital. Hoy en día tradiciones orientales sobre todo mantienen la creencia de que la salud es el resultado de un equilibrio de fuerzas naturales en el cuerpo, y la enfermedad en consecuencia es la evidencia de la pérdida de dicho equilibrio. En ese mismo escenario otras tantas aportaciones documentadas desde la medicina natural hacen énfasis en las relaciones directas entre mente, cuerpo, espíritu como un todo, así como la importancia del contexto, la situación emocional de los pacientes y su estilo de vida, como lo demostraron en sus estudios Samuel Hahnemann, el creador de la Homeopatía así como uno de sus más cercanos discípulos, Edward Bach.
Este último se dedicó además a obtener de las plantas soluciones curativas que trabajaran los aspectos positivos de la personalidad desde la mente y la emoción, más que a resolver problemas físicos inmediatos pues a ellos anteceden desórdenes mentales y emocionales que los desencadenan.
Todo el conocimiento teórico y práctico generado hasta nuestros días ha sido el resultado de esfuerzos enfocados en el desarrollo integral del ser humano, del restablecimiento de su equilibrio y de fortalecer las relaciones con el entorno, recordándonos la condición de unidad que nos constituye, así como el ciclo mismo de la vida en donde toda energía se transforma, se vuelve principio y fin.
Genuino el interés por regresar al punto de partida y fusionarnos con él, un viaje de regreso a la semilla, el más sencillo y complejo de todos, pero posible.