Recientemente me topé con un artículo que hablaba sobre el poder de la mente sobre el cuerpo, en especial la incidencia que tienen los pensamientos sobre el fortalecimiento o debilitamiento del sistema inmunológico. Aunque es una idea planteada hace muchos siglos por los griegos y retomada recientemente por nuevas ciencias para tratar padecimientos físicos y mentales pareciera que seguimos sin considerarnos unidades compuestas por mente-cuerpo-alma. ¿Serán los tiempos apresurados que nos llevan a actuar de forma práctica sobre nuestra salud, a ni siquiera cuestionarnos el porqué de ciertos padecimientos? ¿Que cuando uno enferma recurra de inmediato a la farmacia sin receta, o al botiquín en casa pues ya conoce el medicamento que le alivia de forma rápida y precisa? ¿Tan seguros estamos de controlar nuestros desequilibrios con unas cuántas fórmulas químicas y de llamarle a eso curación?
Creo que incluso esta práctica la hemos convertido en una costumbre cultural pues el hecho de que ni las autoridades médicas exijan recetas al solicitar algún medicamento lo convierte en un círculo vicioso tanto para doctores como pacientes. Porque anuncios en los medios, frases famosas, pegajosas y resonantes en la cabeza nos recuerdan que el apapacho que alivia por poner un ejemplo, es lo que nuestro cuerpo necesita para sanar. Aunado por supuesto a que la tía lo utiliza y le funciona, a las recomendaciones del vecino, porque sí, es un remedio económico, reconocido por nuestro círculo social, pero lo más importante de todo, es fácil de obtener, nada como la practicidad de comprarlo sin que nos tome mucho tiempo.
¿Y qué pasaría si desempolváramos cierta información que nos recuerde que hasta el más mínimo malestar es originado por nosotros mismos? ¿Nos interesaría conocer los motivos que los desatan, las condiciones que los expanden? ¿Estaríamos dispuestos a quitarle al tiempo unos minutos para escuchar la voz de nuestro cuerpo a través de sus síntomas?
Y todavía más, ¿Podríamos comprometernos con nuestra propia salud para lograr un bienestar integral por la salud misma, pero más allá de ella, por desplegar nuestra propia esencia?
Afortunadamente contamos con estudios y experiencias de quienes han puesto el dedo en el renglón al considerar al ser humano como un conjunto de pensamientos, sueños, anhelos, frustraciones, miedos, debilidades rodeado de ambientes y condiciones que determinan la calidad de su vida misma. La interacción de ciecias como la psicología, la psiquiatría, la neuroendocrinología, y la inmunología que han originado nuevas disciplinas como la psicobiología o la psiconeuroinmunología son prueba de ello. Y a la par de estas investigaciones, la costumbre ancestral de comunidades que mediante sus conocimientos profundos de la naturaleza han abordado la salud de manera integral también con notables aportaciones al planeta.
El factor de integración que manejan dichos conocimientos es importante para considerar aplicarlo a nuestra salud también pues como se comentaba al principio a medida que nos entendamos como conjunto de pensamientos-emociones podremos entender nuestros mecanismos y sus procesos de una forma integral, reforzando nuestro ser desde el interior, alimentándolo no sólo en el plano físico, también en el espiritual pues de esa forma tendremos una conciencia más plena sobre nuestro papel en el mundo y la relación con los otros, como aún lo hacen algunas comunidades ancestrales en el planeta.
Es un buen momento para detenernos y cuestionarnos sobre nuestros hábitos, costumbres enraizadas en las historias familiares, incluso en la forma como se han construido nuestros pensamientos y cómo estos han determinado nuestras decisiones para andar por la vida. Asumir los padecimientos de forma completa responsabilizándonos por lo que desequilibra nuestras defensas desde lo más profundo de nuestro ser y entonces sí tomar el camino voluntario de la enfermedad o la salud.